viernes, 28 de mayo de 2010

¿CUÁNTO VALE UN HOMBRE?


¿Es posible ponerle precio a un ser humano? Vivimos en una sociedad altamente materialista donde todo tiene su precio, y a menudo escuchamos el dicho: 'tanto tienes, tanto vales'.
Hasta el siglo XIX, se vendían hombres y mujeres como esclavos, perdían su libertad y eran sometidos con rigor a la voluntad de sus amos. El precio variaba según la edad, sexo y salud. En la antigüedad, el caso más emblemático fue el de José, el hijo de Jacob, uno de los más grandes videntes, quien fue vendido por sus hermanos a los ismaelitas, “por envidia” y por “ser soñador…por veinte piezas de plata”. (Génesis cap. 37)
En la actualidad, afortunadamente la mayoría de las naciones de la tierra han abolido la esclavitud. Sin embargo, observamos que todavía existen prácticas de dominio sobre la libertad de los más débiles y necesitados. Pero ese es otro tema.
Asimismo, hay una pérdida de la libertad por causa de nosotros mismos, cuando por no cultivar la mente ni atesorar sabiduría, somos esclavos de la ignorancia: “…escuchad mi voz y seguidme, y seréis un pueblo libre” (DyC 38:22), “Permaneced, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no volváis otra vez a ser presos en el yugo de la esclavitud.” (Gálatas 5:1). También somos esclavos del pecado, cuando transgredimos los mandamientos de Dios: “Y andaré en libertad, porque busqué tus preceptos.” (Salmos 119:45) “Mas ahora que habéis sido librados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna.” (Rom. 6:19-23)
Volviendo a la pregunta '¿Cuánto vale un hombre?', hace varios años, cuando visitaba las Estacas1 de la región de Montevideo, y me asignaban para hablar en una de las sesiones de la conferencia, sobre este tema, solía llamar a un niño de la congregación al estrado y lo colocaba junto a mí. Para tranquilizarlo, le preguntaba su nombre, qué edad tenía y si asistía a la escuela. Pero cuando le preguntaba cuánto pesaba, se producía un silencio y entonces la madre, desde la congregación, nos daba la información: 38 Kgs. Con ese dato, comenzaba la disección de las partes del cuerpo de Juancito –así se llamaba: Tenía alrededor de 27 kgs. de agua, y elementos como calcio, hierro, fósforo, carbono, nitrógeno, oxígeno y otros, que combinados, formaban su cuerpo, con su esqueleto, órganos, músculos, hemoglobina y sangre, que nos permiten movernos, hablar y percibir al mundo que nos rodea. Es decir, “una estructura mortal y física de carne y huesos, que se creó a la imagen de Dios” (GEE, pág.47). Todos estos elementos se podían adquirir en una droguería por muy poco dinero…

¿Pero ese podía ser el precio de Juancito? ¡Razonablemente no! Porque “al unirse al espíritu, constituyen el alma y forman una persona viviente.” (Ver DyC 88:15; Hebreos 12:9; Génesis 2:7; Moisés 3:7, 9,19 y Abraham 5:7) Además, somos los únicos seres racionales de la creación, aunque algunos comportamientos no lo parezcan, porque tenemos una mente, la facultad intelectual que nos permite elaborar pensamientos, y además, es una vía para que el Padre, mediante el Espíritu, se comunique con nosotros. (DyC. 8:2; 9:8; Enós 1:10) En síntesis, “somos hijos espirituales de Padres Celestiales…” (“La Proclamación, de la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce”, Año 1995)

El salmista tuvo la misma preocupación en averiguar el valor del hombre. Repasemos la escritura:

“Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas2 que tú formaste,
Digo: ¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria,
y el hijo del hombre para que lo visites?
Pues le has hecho un poco
menor que los ángeles3, y lo coronaste de gloria y de honra.
Le hiciste señorear sobre las
obras de tus manos;
todo lo pusiste debajo de sus pies…”
(Salmos 8:3-6)
Más adelante concluyó:
“Yo dije: Vosotros sois dioses,
Y todos vosotros hijos del Altísimo.”
(Salmos 82:6)
La revelación moderna, al mencionar el gran sacrificio del Salvador “cuando padeció la muerte en la carne y sufrió el dolor de todos los hombres”, mencionó sencillamente “que el valor de las almas es grande a la vista de Dios.” (Doct. y Conv. 18:10-11)
¡Hasta la próxima!

NOTAS
1.-Una de las unidades administrativas de la organización de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, que se compone de barrios y ramas. (GEE, pág. 68)
2.- A simple vista, en una noche límpida, se alcanzan a ver en el firmamento, unas 6.000 estrellas, pero con los equipos modernos de astronomía, se reconocen 100 billones de galaxias, con 100.000 millones de estrellas cada una.
3.- En hebreo se traduce como dioses.

LOS AÑOS QUE COMIÓ LA LANGOSTA

Cuando yo me criaba, vivíamos en una zona suburbana con terrenos cultivados y árboles frutales. Recuerdo que una o dos veces por año, llegaban las langostas en bandadas compactas, que hasta oscurecían la tierra y devoraban todo lo verde que encontraban. Los propietarios, muy preocupados, armaban fogatas para combatirlas pero con pocos resultados prácticos. Nosotros nos entreteníamos cazando algunas y colocándolas en un frasco para observarlas mejor. Tenían agudas antenas, largas patas traseras y muslos gruesos y producían un zumbido particular al rozar las alas. “Son insectos de costumbres migratorias y saltadores que dañan a los cultivos”, dice el diccionario.
Cuando llegué por primera vez a la ciudad de Lago Salado y visité la Manzana del Templo, quedé extasiado al ver el histórico monumento de granito a las Gaviotas. Termina en una esfera de piedra y sobre ella dos gaviotas de bronce que brillan.
En las placas conmemorativas se recuerda a los campesinos que labraban y sembraban semillas en las tierras vírgenes del desierto, mirando al cielo y suplicando asistencia divina para contrarrestar la invasión de estos despiadados insectos. Conocemos la historia: estas aves llegaron de a miles y milagrosamente devoraron a las langostas y salvaron la cosecha.
Tres mil años antes, la langosta fue una de las plagas que Jehová envió a Egipto para que el corazón del Faraón se ablandara y finalmente permitiera salir a los israelitas. “Y se oscureció la tierra, y consumió toda la hierba y todo el fruto de los árboles… y no quedó cosa verde.” (Éxodo 10:15)
“Sacarás mucha semilla al campo, y recogerás poco, porque la langosta lo consumirá.” (Deuteronomio 23:38)
Hace muchos años atrás, el Elder Spencer W. Kimball, en ese tiempo Presidente en funciones del Quórum de los Doce, dio un discurso memorable sobre este tema: “Los años que la langosta devoró”, refiriéndose especialmente a los años que desperdiciamos en nuestra vida terrenal. En esa ocasión nos recordó “que las cuatro cosas que no vuelven más, son: la palabra hablada, la flecha disparada, la vida pasada y las oportunidades desperdiciadas. Y que el molino no puede moler con el agua que ya ha pasado.” (“Pushing to the front”, Orison S. Marden)
Al repasar mi vida, también compruebo que la langosta hizo su cosecha: Dejé pasar valiosas oportunidades, y a veces, no hice uso racional del tiempo como debía. Hablando del tiempo horario, recuerdo el pensamiento que a menudo mencionaba el Presidente Harold B. Lee: “¿Amas la vida? Entonces no gastes pródigamente el tiempo, porque éste es el ingrediente del que ésta se compone.” (Benjamín Franklin)
Durante mi época de liderazgo, recuerdo con pena, como trabajó la langosta en decenas de buenos hermanos, que rechazaron llamamientos y perdieron la oportunidad de colaborar en la “edificación del Reino de Dios”, “ya que estamos poniendo los cimientos de una gran obra…y el Señor requiere el corazón y una mente bien dispuesta”, y con la promesa para “los de buena voluntad y a los obedientes, que comerán de la abundancia de la tierra.”(DyC 64:33-34)
El Presidente Dieter F. Uchtdorf, segundo consejero en la Primera Presidencia, nos dejó las siguientes reflexiones durante la Conferencia Generalde Octubre de 2009:
“El Señor no espera que trabajemos más duro de lo que podemos. Él no compara nuestro esfuerzo con el de los demás, ni tampoco nosotros debemos hacerlo. Nuestro Padre Celestial sólo nos pide que demos lo mejor de nosotros, que trabajemos con toda nuestra capacidad, sin importar cuán grande o pequeño sea. El trabajo es un antídoto para la ansiedad, un bálsamo para las penas y un portal hacia las posibilidades. Sin importar nuestras circunstancias, mis queridos hermanos, esforcémonos lo mejor que podamos y cultivemos una reputación de excelencia en todo lo que hagamos. Centremos nuestra mente y nuestro cuerpo en la gloriosa oportunidad de trabajar que cada día se nos presenta. Cuando nuestro carromato se atasque en el lodo, es más probable que Dios ayude al hombre que salga a empujar que al que sólo eleve la voz de súplica, sin importar cuán elocuente sea la plegaria.
¡Hasta la próxima!