
Considero que un maestro debe mostrar varias facetas en el desempeño de su noble llamamiento, a saber:
Un mensajero: Ya que posee un Mensaje que proviene del Señor y tiene la sagrada responsabilidad de trasmitirlo sin cambios, en toda su pureza, y mostrando los frutos de su aplicación en su vida personal. Recién entonces se convertirá en un mensajero digno de confianza, ya que ”ha publicado la paz…traído gratas nuevas del bien y publicado la salvación” (Mosíah 15:14).
Un catalizador: como aquella sustancia química que, sin intervenir en la reacción, hace posible que ésta se acelere, dando vida a una nueva sustancia. El maestro entonces, prepara el ambiente de la clase, para que el Espíritu “invite e incite”, es decir mueva a la acción de “hacer lo bueno, y amar a Dios y servirlo” (Moroni 7:13), creando una nueva criatura mediante su conversión espiritual.

Un agricultor: Cuya responsabilidad principal es trabajar la tierra (suelo) para que la semilla pueda germinar. Como un agricultor sabio que ama el campo y la tierra (sus alumnos) quitará las malezas, abonará el suelo antes de la siembra y luego de sembrarlo, regará y cuidará que “las aves coman la semilla”. Si no hay un buen agricultor, no podemos esperar que la tierra produzca y “dé fruto” (Mateo 13:23; Alma 16:16; 2 Cor. 9:6-8).
Un entusiasta: entendiendo con esa actitud que “Dios está con él” y por lo tanto reflejará fe, actitudes positivas, ya que “el pesimista ve la dificultad que hay en cada oportunidad, en lugar de la oportunidad en cada dificultad”.
Un Siervo humilde: porque puede aprender de sus alumnos, ya que los escuchará y respetará en sus opiniones. Cuando corrija lo hará con amor, para que ambos se edifiquen y no haya frustraciones ni malos sentimientos. Además, siempre reconoce que no hay superiores ni inferiores, sino tal vez, algo más de experiencia y conocimiento, que se pueden compartir a la luz de la verdad revelada (DyC 121:42-44).
Un estudiante responsable: porque cuando estudia lo hace con una oración en su corazón, pensando en cada uno de sus alumnos cuando prepara la lección y buscando la guía del Espíritu, a fin de que ellos apliquen lo enseñado como seres libres y responsables en su propio desarrollo (Alma 34:23).
Uno que confía en el Señor: en lugar “del brazo de la carne” o sólo en sus posibilidades personales, reconoce que trabajar junto al Señor, puede recibir la bendición de “ser poderoso en palabra y en hecho, en fe y en obras…porque tú no pedirás lo que sea contrario a mi voluntad” (Helamán 10:15; 50:29-30).

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