viernes, 28 de mayo de 2010

LOS AÑOS QUE COMIÓ LA LANGOSTA

Cuando yo me criaba, vivíamos en una zona suburbana con terrenos cultivados y árboles frutales. Recuerdo que una o dos veces por año, llegaban las langostas en bandadas compactas, que hasta oscurecían la tierra y devoraban todo lo verde que encontraban. Los propietarios, muy preocupados, armaban fogatas para combatirlas pero con pocos resultados prácticos. Nosotros nos entreteníamos cazando algunas y colocándolas en un frasco para observarlas mejor. Tenían agudas antenas, largas patas traseras y muslos gruesos y producían un zumbido particular al rozar las alas. “Son insectos de costumbres migratorias y saltadores que dañan a los cultivos”, dice el diccionario.
Cuando llegué por primera vez a la ciudad de Lago Salado y visité la Manzana del Templo, quedé extasiado al ver el histórico monumento de granito a las Gaviotas. Termina en una esfera de piedra y sobre ella dos gaviotas de bronce que brillan.
En las placas conmemorativas se recuerda a los campesinos que labraban y sembraban semillas en las tierras vírgenes del desierto, mirando al cielo y suplicando asistencia divina para contrarrestar la invasión de estos despiadados insectos. Conocemos la historia: estas aves llegaron de a miles y milagrosamente devoraron a las langostas y salvaron la cosecha.
Tres mil años antes, la langosta fue una de las plagas que Jehová envió a Egipto para que el corazón del Faraón se ablandara y finalmente permitiera salir a los israelitas. “Y se oscureció la tierra, y consumió toda la hierba y todo el fruto de los árboles… y no quedó cosa verde.” (Éxodo 10:15)
“Sacarás mucha semilla al campo, y recogerás poco, porque la langosta lo consumirá.” (Deuteronomio 23:38)
Hace muchos años atrás, el Elder Spencer W. Kimball, en ese tiempo Presidente en funciones del Quórum de los Doce, dio un discurso memorable sobre este tema: “Los años que la langosta devoró”, refiriéndose especialmente a los años que desperdiciamos en nuestra vida terrenal. En esa ocasión nos recordó “que las cuatro cosas que no vuelven más, son: la palabra hablada, la flecha disparada, la vida pasada y las oportunidades desperdiciadas. Y que el molino no puede moler con el agua que ya ha pasado.” (“Pushing to the front”, Orison S. Marden)
Al repasar mi vida, también compruebo que la langosta hizo su cosecha: Dejé pasar valiosas oportunidades, y a veces, no hice uso racional del tiempo como debía. Hablando del tiempo horario, recuerdo el pensamiento que a menudo mencionaba el Presidente Harold B. Lee: “¿Amas la vida? Entonces no gastes pródigamente el tiempo, porque éste es el ingrediente del que ésta se compone.” (Benjamín Franklin)
Durante mi época de liderazgo, recuerdo con pena, como trabajó la langosta en decenas de buenos hermanos, que rechazaron llamamientos y perdieron la oportunidad de colaborar en la “edificación del Reino de Dios”, “ya que estamos poniendo los cimientos de una gran obra…y el Señor requiere el corazón y una mente bien dispuesta”, y con la promesa para “los de buena voluntad y a los obedientes, que comerán de la abundancia de la tierra.”(DyC 64:33-34)
El Presidente Dieter F. Uchtdorf, segundo consejero en la Primera Presidencia, nos dejó las siguientes reflexiones durante la Conferencia Generalde Octubre de 2009:
“El Señor no espera que trabajemos más duro de lo que podemos. Él no compara nuestro esfuerzo con el de los demás, ni tampoco nosotros debemos hacerlo. Nuestro Padre Celestial sólo nos pide que demos lo mejor de nosotros, que trabajemos con toda nuestra capacidad, sin importar cuán grande o pequeño sea. El trabajo es un antídoto para la ansiedad, un bálsamo para las penas y un portal hacia las posibilidades. Sin importar nuestras circunstancias, mis queridos hermanos, esforcémonos lo mejor que podamos y cultivemos una reputación de excelencia en todo lo que hagamos. Centremos nuestra mente y nuestro cuerpo en la gloriosa oportunidad de trabajar que cada día se nos presenta. Cuando nuestro carromato se atasque en el lodo, es más probable que Dios ayude al hombre que salga a empujar que al que sólo eleve la voz de súplica, sin importar cuán elocuente sea la plegaria.
¡Hasta la próxima!

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