miércoles, 10 de junio de 2009

SIGUE RECUERDOS DE MI INFANCIA (SEGUNDA PARTE)

La Ciudad
En el año 1926, mis padres se mudaron a la zona sur de la ciudad de La Plata (calle 67 Nº 1365 entre 21 y 22). Mi hermano ya había nacido (9 de octubre de l924). La ciudad tenía 44 años de vida y había sido fundada por el Dr. Dardo Rocha (1838-1921-jurisconsulto, legislador y escritor) el 19 de noviembre de 1882. Nació para ser la capital de la Provincia de Buenos Aires y había sido proyectada en el plano, antes de comenzar cualquier edificación; por eso los habitantes e jactaban que era única entre las ciudades del orbe y conocida también como la ciudad de los diagonales”. Tiene particularidades únicas, como cuando se cruzan dos avenidas y se origina una plaza, por ejemplo. La principal y el centro geográfico es la plaza Moreno, que abarca seis manzanas y la limitan las calles 12, 14, 50 y 54; nunca supe con certeza por qué no existe la calle 52 en su trazado. Sobre la acera de la calle 14, se levanta la Catedral, una obra monumental que abarca una manzana y está considerada entre las principales catedrales de América. Mi padre nos contaba que había sido peón en esa obra, cuando se preparaban para festejar el centenario de la revolución del 25 de mayo de 1810. Tenía sólo 13 años. Enfrentándola, sobre la calle 12, se construyó el hermoso edificio de la Municipalidad.


También es muy famoso y reconocido mundialmente, el Museo de Historia Natural, sede de la Facultad de Ciencias Naturales, enclavado en medio del Bosque de la ciudad, cerca del Zoológico y de otras facultades que conforman la Universidad de La Plata, fundada por Joaquín V. González en el año 1905. En su larga historia, tuvo célebres rectores y decanos, como el Dr. Alfredo L. Palacios (1880- 1965), primer diputado socialista del país y al que tuve el honor de conocer en el año 1943, cuando era Decano de la Facultad de Derecho y disertó en los jardines del Rectorado de la Avda. 7 entre 48 y 49. Por aquél entonces yo era un estudiante de primer año en el Colegio nacional, que pertenecía a la Universidad. Uno de los habitantes ilustres de la ciudad, fue Florentino Ameghino (1854-1911), paleontólogo y geólogo argentino y Director del Museo. Lo menciono porque mi madre me dijo que lo conoció, ya anciano, cuando él tenía una librería en la ciudad.

Mi Casa
Comenzaré describiendo nuestra casa, que como casi todas las del barrio, eran “de material”, es decir, de ladrillos asentados en argamasa de barro, y pasto seco y revocadas con arena y cal. Construida íntegramente por mi padre los fines de semana, y en verano, cuando los días eran más largos, también luego de la jornada de trabajo. Mi madre le servía de peón. Fueron días de gran sacrificio, pero felices porque tenían un proyecto que alcanzar. Comenzó con una pieza, la cocina y la letrina, que se construía bien alejada de la casa y conectada a una cámara séptica y a un pozo ciego. El agua se obtenía mediante una bomba que se accionaba manualmente con gran esfuerzo. El peligro de contaminación de los pozos ciegos con la napa de agua, era una de las preocupaciones de aquellos días. La fiebre tifoidea era una enfermedad grave siempre al asecho.


Una de las características de la construcción de entonces, era que una de las habitaciones tenía un sótano, para almacenar lo que se producía en verano: vino, salsas de tomate, escabeches, ajíes en vinagre, orejones, dulces, mermeladas, etc. Todo producido en la quinta donde además de verduras, se plantaban árboles frutales, como higueras, durazneros, ciruelos y cítricos. Casi todo lo que se consumía, se cosechaba y elaboraba en familia. Algunas de ellas, también carneaban cerdos para preparar jamones y embutidos de toda clase, que se estacionaban en un lugar fresco y seco. Era una costumbre de los países europeos, que nuestros abuelos inmigrantes italianos, transmitían a sus hijos.


Casi todas las familias criaban sus gallinas y pollos, en el famoso “gallinero”, que se construía en el fondo, lindando con la quinta. Allí iban a parar parte de los desechos orgánicos, el resto servía para abonar la tierra. La mayoría de los desperdicios eran biodegradables. Nunca faltaban los huevos frescos. También era común que se construyera el “horno de barro” para cocinar el pan casero una vez por semana. Las familias se auto abastecían con verduras y frutas frescas y siempre tenían reservas de alimentos. En el amplio terreno, teníamos una pareja de “teru-teru”, que nos avisaban cuando merodeaban animales con malas intensiones…


Las comidas más comunes eran el “puchero” de gallina con todos los ingredientes y la sopa correspondiente (“olla con gallina, la mejor medicina”), las pastas caseras (fideos, ravioles, ñoquis), polenta con tuco y a veces con pajaritos, tortilla a la española, guisos, mayonesas caseras con papas y pollo, carne al horno con papas, buñuelos de espinaca y milanesas con “chuño”, mi plato favorito. Como postres se servían flanes, cremas, frutas y el budín de pan con pasas de uva y nueces, cuando sobraba pan viejo. Nada se tiraba. Para la merienda, siempre había pan con manteca caseros, tortas fritas – cuando llovía- y de vez en cuando “pastelitos” de hojaldre con dulce de membrillo. Lo acompañábamos con leche caliente y una barra de chocolate, que llamábamos “submarino”. ¡Un verdadero manjar!


La leche la repartían “suelta”, diariamente en carro tirado por caballo, casa por casa, y en medidas de 1 litro. Dos veces por mes, pasaba un paisano con una vaca y su ternero, ordeñando en la calle. Los vecinos salían con sus recipientes para llenar. No olvidaré jamás la crema que sobrenadaba. Mi madre la aprovechaba para hacer manteca.

1 comentario:

  1. Hola abuelo!!
    Me gusta mucho leer tu historia, espero poder tener tan buenos recuerdos a tu edad, y tener tan buena memoria para acordarme de las cosas lindas!!
    no es una pavada eso...
    te quiero mucho
    Tu nieta Laurita

    ResponderEliminar