viernes, 1 de mayo de 2009

SÓLO UN NIÑO EN LAS SOMBRAS...

Considero que hay urgente necesidad que más personas estén dispuestas a “partir el pan”, compartiendo la vida, como lo hizo Jesús con sus discípulos en el camino a Emaús, para ser reconocidos como Sus verdaderos discípulos.

Hace unos años, un día del mes de junio, muy temprano a la mañana, me dirigía con mi esposa al templo de Buenos Aires, donde servíamos como obreros.


Al detenernos en un semáforo, un jovencito de entre 13 y 14 años, abrió la puerta delantera del auto e intentó por la fuerza, arrebatarme el reloj. Instintivamente lo tomé del brazo y aceleré, pero pronto lo solté, ya que de lo contrario podría haberlo lastimado.


Esa noche, al meditar sobre lo ocurrido, oré por él. Pude imaginarme las circunstancias desfavorables en las que le tocó nacer y criarse, y por un momento lo comparé con mis nietos, quienes son amados y protegidos por sus padres.


Un sentimiento de perdón y comprensión inundó mi alma. Ciertamente, él había invadido mi propiedad, pero yo también tenía responsabilidad de hacer algo por él, para ayudarle a modificar sus hábitos y a superarse a sí mismo. En definitiva, era solo un niño…

Por un momento imaginé una conversación con él:

“—Te llamaré Juan, amigo,¡cómo me gustaría volver a verte! Charlar, jugar y hasta divertirnos juntos, como lo hago con mis nietos .Fue tan sorpresivo nuestro encuentro que sólo recuerdo tu frágil figura, ya que no alcancé a ver tu rostro. Saliste de entre las sombras de la madrugada. Yo quisiera darte a conocer “la luz de la verdad” (Doc. y Con. 88:6), y también tomarme el tiempo necesario para escucharte. Eres una de Sus criaturas espirituales. Juan, te propongo olvidar el episodio del que fuimos protagonistas y te invito a que seamos amigos.

También quiero decirte, que a pesar de lo difícil de tu situación actual, puedes convertirte en un hombre de bien, experimentando el verdadero gozo prometido por el Salvador (Juan 16:22). Sólo debes escuchar el Plan de Nuestro Padre Celestial (Alma 34:9),que también llamamos de “felicidad y misericordia” (Alma 42:8, 15), luego aceptarlo y comprometerte a “venir a Cristo” (Moroni 10:32) y guardar los mandamientos”.

A partir de ese día, estoy más dispuesto a perdonar que a demandar justicia. A ser más generoso con mis bienes y a compartir con mis semejantes, el conocimiento que poseo de la verdad restaurada (Doc. y Con. 24:12)

Considero que hay urgente necesidad que más personas estén dispuestas a “partir el pan”, compartiendo la vida, como lo hizo Jesús con sus discípulos en el camino a Emaús (Lucas 24:13-35), para ser reconocidos como Sus verdaderos discípulos. Esta actitud, sería una contribución muy valiosa para mitigar el “hambre y sed de justicia” (Mateo 5:6) que impera en el mundo, especialmente en esta época en que nos ha tocado vivir.

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