viernes, 1 de mayo de 2009

REFLEXIONES SOBRE LA ENSEÑANZA

Después de haber enseñado y aprendido en los salones de clase de la Iglesia, por más de 50 años, y próximo a acogerme a los beneficios de la jubilación en el Sistema Educativo, me propuse escribir algunas “reflexiones”, que entregaría a mis colegas, allá por marzo de 1994. Recuerdo los conceptos de ese entonces...
Considero que un maestro debe mostrar varias facetas en el desempeño de su noble llamamiento, a saber:
Un mensajero: Ya que posee un Mensaje que proviene del Señor y tiene la sagrada responsabilidad de trasmitirlo sin cambios, en toda su pureza, y mostrando los frutos de su aplicación en su vida personal. Recién entonces se convertirá en un mensajero digno de confianza, ya que ”ha publicado la paz…traído gratas nuevas del bien y publicado la salvación” (Mosíah 15:14).
Un catalizador: como aquella sustancia química que, sin intervenir en la reacción, hace posible que ésta se acelere, dando vida a una nueva sustancia. El maestro entonces, prepara el ambiente de la clase, para que el Espíritu “invite e incite”, es decir mueva a la acción de “hacer lo bueno, y amar a Dios y servirlo” (Moroni 7:13), creando una nueva criatura mediante su conversión espiritual.

Un agricultor: Cuya responsabilidad principal es trabajar la tierra (suelo) para que la semilla pueda germinar. Como un agricultor sabio que ama el campo y la tierra (sus alumnos) quitará las malezas, abonará el suelo antes de la siembra y luego de sembrarlo, regará y cuidará que “las aves coman la semilla”. Si no hay un buen agricultor, no podemos esperar que la tierra produzca y “dé fruto” (Mateo 13:23; Alma 16:16; 2 Cor. 9:6-8).
Un entusiasta: entendiendo con esa actitud que “Dios está con él” y por lo tanto reflejará fe, actitudes positivas, ya que “el pesimista ve la dificultad que hay en cada oportunidad, en lugar de la oportunidad en cada dificultad”.
Un Siervo humilde: porque puede aprender de sus alumnos, ya que los escuchará y respetará en sus opiniones. Cuando corrija lo hará con amor, para que ambos se edifiquen y no haya frustraciones ni malos sentimientos. Además, siempre reconoce que no hay superiores ni inferiores, sino tal vez, algo más de experiencia y conocimiento, que se pueden compartir a la luz de la verdad revelada (DyC 121:42-44).
Un estudiante responsable: porque cuando estudia lo hace con una oración en su corazón, pensando en cada uno de sus alumnos cuando prepara la lección y buscando la guía del Espíritu, a fin de que ellos apliquen lo enseñado como seres libres y responsables en su propio desarrollo (Alma 34:23).
Uno que confía en el Señor: en lugar “del brazo de la carne” o sólo en sus posibilidades personales, reconoce que trabajar junto al Señor, puede recibir la bendición de “ser poderoso en palabra y en hecho, en fe y en obras…porque tú no pedirás lo que sea contrario a mi voluntad” (Helamán 10:15; 50:29-30).
Quiero terminar con una cita del Presidente David O. McKay, uno de los más grandes maestros de esta dispensación:“En el gran jardín de Dios se han colocado custodios a los que se llama maestros y a los que se pide que nutran e inspiren a los hijos de Dios. Me atrevo a pensar que, al contemplar Sus campos, el Gran Jardinero verá a algunos que progresan en actividades justas y a otros que están mustios por la sequía de un deber descuidado, por el frío ambiente de la vanidad o la plaga del desenfreno. ¿Y por qué? Quizá sea porque los jardineros, los custodios, no han hecho los debidos preparativos o no han cumplido su deber. Somos una religión de maestros.¡Adelante con su noble tarea! No hay otra más grandiosa, ninguna de más rectitud. Uds. Recibirán el gozo prometido por el Salvador.” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia, págs. 207,213).

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